lunes, 10 de noviembre de 2014

El aire y el agua

La contaminación del aire afecta el agua de los ríos


Según recoge un estudio publicado en la revista Nature Geoscience, la contaminación del aire tiene un notable impacto en la cantidad de agua que llevan muchos de los ríos del hemisferio norte. 

Esta es la conclusión a la que ha llegado un equipo de investigadores de la Universidad de Exeter, el Centro de Ecología e Hidrología de la Universidad de Reading, la Oficina Meteorológica del Reino Unido y el Laboratorio de Meteorología Dinámica de Francia, que ha analizado la relación entre los aerosoles lanzados a la atmósfera y el oscurecimiento global que originan estas partículas en suspensión. 


Así, los científicos indican que en 1980, con los niveles de aerosoles disparados, este fenómeno provocó un incremento del caudal de los ríos del 25% en las zonas más industrializadas de Europa central. Los aerosoles, como los que se generan durante muchos procesos térmicos, como la quema de carbón, reflejan la radiación solar y reducen la cantidad de luz que llega a la superficie, lo que afecta a la evaporación. 

La presencia de estos compuestos ha menguado en los cielos de Europa y Norteamérica tras la introducción de normativas que han limitado las emanaciones y combustibles menos contaminantes. 


Los autores del artículo apuntan que es necesario valorar este asunto, ya que los actuales modelos sobre el cambio climático destacan que una de las consecuencias del mismo será la escasez de agua dulce.

jueves, 30 de octubre de 2014

Lamparas de bajo consumo

Las bombillas de bajo consumo contienen mercurio



Ante el anuncio del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio de regalar 4 millones de bombillas de bajo consumo a los hogares españoles, Ecologistas en Acción advierte que este tipo de bombillas contiene mercurio, una sustancia muy tóxica, por lo que a la hora de desecharlas deben ser tratadas como residuos peligrosos.
Ecologistas en Acción se ha dirigido a los titulares de los ministerios de Industria y de Medio Ambiente solicitando que al mismo tiempo que se enfatizan los beneficios ambientales y de ahorro de energía que suponen las bombillas de bajo consumo, se advierta a los usuarios que al finalizar su vida útil deben ser depositadas en lugares de recogida adecuados y en contenedores especiales donde no puedan romperse para su posterior tratamiento y reciclaje, conforme a la Ley de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos.
Por ahora, los residuos domiciliarios de fluorescentes sólo se recogen en algunos puntos limpios, donde no siempre son tratados con las debidas precauciones. Ante el previsible aumento de este tipo de residuo, Ecologistas en Acción aboga por que la administración mejore los sistemas de recogida selectiva y las redes de reciclaje, a fin de evitar que el beneficio del ahorro energético que permiten estas lámparas (un 80% menos energía que las bombillas incandescentes para la misma potencia lumínica) se vea empañado por la contaminación por vapores de mercurio.
Aunque la cantidad de mercurio que contienen es de unos 2 miligramos, mil veces menos que un termómetro, esta sustancia es extremadamente tóxica, ya que afecta el sistema nervioso infantil en desarrollo. Tiene la capacidad de acumularse en organismos (bioacumulación) y de concentrarse en las cadenas tróficas (bioamplificación), especialmente en la cadena alimentaria acuática, y esto hace que algunos peces de consumo habitual, como el atún o el pez espada, contengan cantidades de mercurio que pueden suponer un riesgo para la salud. El metilmercurio traspasa fácilmente la barrera placentaria y la barrera sanguínea del cerebro, por lo que es especialmente peligroso para las mujeres embarazadas y en edad fértil que pueden acumularlo en su organismo y traspasárselo a sus hijos.
Ecologistas en Acción se ha reunido con los principales fabricantes de fluorescentes para solicitar que indiquen claramente la cantidad de mercurio que contiene cada producto y que estas luminarias no se deben tirar a la basura.

viernes, 24 de octubre de 2014

Aire

La contaminación del aire

La niebla tóxica que flota por encima de las ciudades es la forma de contaminación del aire más común y evidente. No obstante, existen diferentes tipos de contaminación, visibles e invisibles, que contribuyen al calentamiento global. Por lo general, se considera contaminación del aire a cualquier sustancia, introducida en la atmósfera por las personas, que tenga un efecto perjudicial sobre los seres vivos y el medio ambiente.
El dióxido de carbono, un gas de efecto invernadero, es el contaminante que está causando en mayor medida el calentamiento de la Tierra. Si bien todos los seres vivos emiten dióxido de carbono al respirar, éste se considera por lo general contaminante cuando se asocia con coches, aviones, centrales eléctricas y
 otras actividades humanas que requieren el uso de combustibles fósiles como la gasolina y el gas natural. Durante los últimos 150 años, estas actividades han enviado a la atmósfera una cantidad de dióxido de carbono suficiente para aumentar los niveles de éste por encima de donde habían estado durante cientos de miles de años.
Existen otros gases de efecto invernadero, como el metano (que proviene de fuentes como ciénagas y gases emitidos por el Ganado) y los clorofluorocarbonos (CFCs), que se utilizaban para refrigerantes y propelentes de los aerosoles hasta que se prohibieron por su efecto perjudicial sobre la capa de ozono de la Tierra.
Otros contaminantes relacionados con el cambio climático son el dióxido de azufre, uno de los componentes de la niebla tóxica. Una de las características principales del dióxido de azufre y de otros productos químicos íntimamente relacionados es que son los causantes de la lluvia ácida. Sin embargo, también reflejan la luz cuando son liberados en la atmósfera, lo que mantiene la luz solar fuera y hace que la Tierra se enfríe. Las erupciones volcánicas pueden arrojar cantidades enormes de dióxido de azufre a la atmósfera, lo que en ocasiones provoca un enfriamiento que dura varios años. De hecho, antes los volcanes eran la fuente principal de dióxido de azufre; hoy en día, han sido sustituidos por los seres humanos.
Los países industrializados han tomado medidas para reducir los niveles de dióxido de azufre, niebla tóxica y humo para mejorar la salud de sus habitantes. Sin embargo, uno de los resultados, no previsto hasta hace poco, es que unos niveles de dióxido de azufre más bajos podrían, de hecho, empeorar el calentamiento global. Del mismo modo que el dióxido de azufre de los volcanes puede enfriar el planeta al bloquear el paso de la luz del sol, la reducción de la cantidad de este compuesto presente en la atmósfera hace que pase más luz solar, lo que calienta la Tierra. Este efecto se magnifica cuando cantidades altas en la atmósfera de otros gases invernadero hacen que se retenga el calor adicional.   
La mayor parte de la gente está de acuerdo en que, para luchar contra el calentamiento global, se deben tomar una serie de medidas. A nivel individual, un menor uso de coches y aviones, el reciclaje y la protección del medio ambiente son medidas que reducen la huella de carbono de una persona, es decir, la cantidad de dióxido de carbono liberada a la atmósfera debido a las acciones de cada individuo.
En un nivel más amplio, los gobiernos están tomando medidas para limitar las emisiones de dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero. Una de ellas es el Protocolo de Kioto, un acuerdo entre países para reducir las emisiones de dióxido de carbono. Otro método es el de gravar las emisiones de carbono o aumentar los impuestos de la gasolina, para que tanto la gente como las empresas tengan más motivos para conservar la energía y contaminar menos.

jueves, 16 de octubre de 2014

La contaminacion en Argentina

La Contaminación


El efecto de la contaminación aún no ha sido convenientemente evaluado en su impacto para la fauna en peligro de la Argentina y si bien no sería causa principal de retroceso de nuestra vida silvestre, sin duda debe ayudar a agravar la crítica situación de algunas especies.
Podríamos distinguir una contaminación aérea o atmosférica ligada a los grandes centros urbanos e industriales y a veces a plantas industriales particulares que producen efectos graves incluso en la población humana. Seguramente este tipo de contaminación es causa de pérdida o alejamiento de algunas plantas o animales pero aún carecemos de información concreta que avale esta presunción.
Otras en cambio muestran una especial resistencia a estas circunstancias como las calandrias (Mimas saturninus) que habitan las plazas céntricas de la Capital Federal y que lucen a simple vista más oscuras que las del campo por culpa del hollín y el smog de "Buenos Aires".
La contaminación acuática es para muchas de las especies aquí tratadas un enemigo potencial. Bastaría la conexión de las plantas de desagües cloacales o industriales a algunos ríos, arroyos o lagunas para acabar con especies endémicas de distribución muy limitada. Los focos de contaminación acuática más graves del país están sumamente dispersos y a veces son causados por una sola industria.
No obstante se puede, como en el caso anterior, señalar al cinturón industrial La Plata-Bs.As.-Rosario como uno de los sitios más contaminados. Cuencas enteras como las del Riachuelo-La Matanza, el Reconquista-Morón, el Luján, etc. son reflejo de años de convivencia anti-natural con los cursos fluviales.
La contaminación costera del Río de La Plata alcanza proporciones tan alarmantes que los habitantes de Bs.As. y alrededores desde hace años, son advertidos del peligro de bañarse o ingerir sus aguas. Pero lo mismo podría repetirse en cada río, arroyo, lago o laguna del país que atraviese o bordee una ciudad, incluso la cabecera oriental del Lago Lácar en el Parque Nacional Lanín y el Lago Nahuel Huapi en varios sectores costeros denotan efectos de una avanzada contaminación.
En la llanura pampeana varias lagunas ven acelerado el proceso natural de eutroficación (es decir de sedimentación natural y rellenamiento) por el volcado de los residuos cloacales de los poblados vecinos con lo cual hay un aumento de la vegetación que pronto cubre todo el espejo de agua. Numerosos casos de mortandad de peces en los ríos del país, incluso en el de La Plata por culpa del envenenamiento de las aguas por sustancias tóxicas ya han sido detectados a lo largo y a lo ancho del país.
Si bien la fauna mayor hasta ahora no parece demasiado afectada, teniendo en cuenta lo ocurrido en otros países del hemisferio norte donde hasta las nutrias emparentadas con nuestros lobitos de río han desaparecido por culpa de la contaminación, el creciente proceso de contaminación que se intensifica lejos de disminuir, y la aparición de numerosas aves y mamíferos acuáticos con el pelaje o el plumaje manchados de petróleo y otras sustancias colorantes, no debemos pecar de descuidados en este aspecto. Incluso en la costa marina además de playas cada vez más repletas de basura, producto de una actividad turística insensible a las cuestiones de la naturaleza, o que llega flotando desde alta mar desde las embarcaciones, se notan efectos serios de contaminación coincidentes con desagües pluviales, cloacales o industriales.
Así la Bahía Blanca, el Golfo Nuevo, la Ría de Deseado, la Bahía San Sebastián y todas las costas cercanas a ciudades ya denotan síntomas de contaminación. La actividad petrolera, trae lamentablemente aparejada la formación de piletas al aire libre, derrames involuntarios, accidentes de buques (especialmente de petroleros), corno el ocurrido en la Antártida con el Buque A.R.A. "Bahía Paraíso" y el lavado de tanques o centinas que producen las trágicas "mareas negras" que causan miles de víctimas.
No debemos dejar de señalar el uso masivo de agrotóxicos, en especial organoclorados de largo efecto residual como el D.D.T y sus derivados que causan anualmente la mortandad de numerosas especies útiles a la agricultura o incluso acuáticas debido al arrastre que sufren con las lluvias hacia los ríos y arroyos.
Si bien sus efectos aún no han sido debidamente cuantificados, muchos conocedores culpan a las fumigaciones o a los cebos tóxicos de animales muerto (especialmente aves) sin daño externo alguno o de las desapariciones locales o temporales de ciertas especies.
El conocido fenómeno de acumulación de sustancias tóxicas en algunas aves rapaces que no mueren pero llegan a ver afectado el metabolismo del calcio que provee a sus huevos de la envoltura calcárea, la que no resiste el período de incubación malogrando su descendencia, aún no ha sido debidamente documentado en la Argentina pero no debe despreocuparnos ya que ha sido registrado en el hemisferio norte en especies comunes como el halcón peregrino (Falco peregrinus) y el sangüal o águila pescadora(Pandion haliaetus).
Recientemente Greenpeace Argentina ha efectuado interesantes documentos que revelan la cantidad de biocidas que se usan en nuestro país en desmedro de toda nuestra fauna y nuestra salud, y que por ello ya han sido prohibidos en los países del hemisferio norte.
Finalmente la deposición de los residuos que generan las grandes urbes va llevando a 1,1 constante transformación de los bajos (e incluso de los valles de inundación) perdiendo con e continuo rellenado la fauna sus últimos refugios periurbanos.
Así en lugar de convertirlas en reservas educativas para miles de argentinos, vemos desaparecer estas áreas convertidas el mantos de latas, plásticos, escombros y toda clase de inmundicias.

Para pensar

Contaminación
  • La Argentina es un alto consumidor de plaguicidas. Ejemplo de ello son los 175.6 millones de dólares obtenidos en las ventas de 1986. De éstos el 20% se encuentran prohibidos o retirados de la venta en los países desarrollados.
  • De los pesticidas de la "Docena Sucia" (altamente nocivos) nueve se estarían produciendo en el país, dos de ellos de amplias ventas en Argentina: el Heptacloro y el Parathion.
  • En el Alto Valle de Río Negro de 236.000 kg de plaguicidas utilizados, 105.500 kg corresponden a la Docena Sucia. Éstos suelen tener una vida media de 10 a 15 años.
  • En el Alto Paraná (Misiones) no se satisfacen los niveles de plaguicidas recomendados para la protección de la vida acuática. Hallanse en sus aguas 456.350 kg/día de Disulfotón y 22.500 kg/día de Aldrin a la altura de Candelaria.
  • A través de los ríos los pesticidas llegan al mar donde son incorporados alas cadenas alimenticias. Se ha detectado la presencia de clorados (DDT, Dieldrin) en la grasa de los pingüinos Papúa de la Antártida argentina.
  • El río Salí (Tucumán) presenta grado cero de oxigenación durante siete meses al año, por el vertido de residuos provenientes de la industria azucarera (este es equivalente al aporte diario producido por 6.000.000 de habitantes) y afluentes cloacales, que convergen en el embalse de río Hondo.
  • El 70% de la carga contaminante que producen los habitantes de Posadas (lega en forma directa al Paraná o a través del arroyo Zaimán (el que con Yacyretá se convertirá en una laguna interior de Posadas).
  • El vaciadero municipal de la ciudad de Posadas (desembocadura del arroyo Mártires) aporta un 5 del material descargado al Paraná, lo que significa 456 kg/día de materia orgánica, 5,6 kg/día de fósforo y 10 kg/día de nitrógeno).
  • De construirse las cuatro represas sobre el Paraná, con el aporte actual de sustancias contaminantes, éste presentará un grado de oxigenación 0 en varios sectores de su trayectoria.
  • En el Río de la Plata frente a la ciudad de Bs.As. se encuentra la media más alta de coliformes fecales (2568/100 ml), lo que indica una gran presencia de desechos cloacales.
  • El petróleo es uno de los problemas más graves de contaminación de nuestros mares. Una cifra ejemplificadora pueden ser las 30.000 toneladas anuales aprox. de petróleo crudo, como resultado de operaciones de deslastre, que recibe el golfo San Jorge.
  • El volumen de efluentes cloacales en el lago Nahuel Huapi, sin tratamiento previo, fue calculado en 1981 en 2.257.200 m3. Se considera grave la situación en el tramo costero desde el km 1 hasta el INTA, en el Arroyo Sin Nombre y los últimos tramos de Arroyo Ñireco.
  • La contaminación del lago Lácar se ha tornado preocupante en los últimos años. Los análisis bacteriológicos indican la presencia de 18.000 mesófilos /ml y de 7500/100 ml de coliformes fecales.
  • En cuanto a la contaminación aérea la Argentina se encuentra en el 31avo lugar en el ranking de aportes de dióxido de carbono para el efecto invernadero.
  • El norte misionero (junto con el área de Mata Atlántica) es considerado, por sus suelos sensitivos, áreas de alto riesgo de acidificación de incrementar las emisiones de NOx y S02 y continuar la deforestación con el método del rozado.

lunes, 6 de octubre de 2014

Incineracion y rellenos sanitarios

Incineración y rellenos sanitarios

La industria de la incineración propone la quema de los residuos sólidos urbanos, los residuos hospitalarios y los residuos peligrosos industriales. Lejos de solucionar el problema de la basura, la incineración genera nuevos problemas ambientales y sanitarios, por las emisiones de sustancias tóxicas y la generación de cenizas que requieren de una disposición segura, además de suponer un derroche de recursos.


NO a la incineración

Las plantas de incineración emiten miles de sustancias químicas tóxicas que dañan la salud: metales pesados como mercurio, cromo, cadmio, arsénico, plomo y berilio; hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAPs); bencenos clorados; naftalenos policlorados; compuestos orgánicos volátiles (COVs); gases ácidos como óxidos de azufre; dióxidos de nitrógeno y ácido clorhídrico; gases de efecto invernadero como dióxido de carbono, entre muchas otras.

Además, en el proceso de incineración de residuos se forman compuestos nuevos –dioxinas y furanos- conocidos como Compuestos Orgánicos Persistentes (COPs). Estas sustancias son extremadamente toxicas, cancerígenas, persistentes y bioacumulables que además pueden dispersarse grandes distancias de su fuente. 

Las empresas afirman que monitorean estas emisiones y que hoy las plantas de incineración son más seguras. Sin embargo, el monitoreo de emisiones tóxicas no controla todas las emisiones tóxicas que producen. Además, las mediciones se realizan esporádicamente y en condiciones óptimas. Los resultados no reflejan, entonces, el verdadero funcionamiento de las plantas durante todo el año. Tampoco tiene en cuenta los momentos críticos, por ejemplo, cuando se apagan o prenden motores o cuando existen fallas, momentos en que las emisiones aumentan. Aunque existen métodos para monitorear, por ejemplo dioxinas en forma casi continua, se utilizan en pocos países.

Frente a los rechazos de las comunidades a la incineración, empresas y gobiernos comenzaron a promover la incineración con recuperación de energía supuestamente “verde” y “limpia”, buscando ser más aceptables para la sociedad. Sin embargo, la incineración de residuos con recuperación de energía es igualmente una opción riesgosa de gestión de residuos, ya que genera emisiones de sustancias tóxicas que afectan al ambiente y a la salud de la población, supone un derroche de recursos, además de ser una modalidad ineficiente de recuperar energía y para reducir emisiones de gases de efecto invernadero. Por otro lado, los tratamientos termoquímicos alternativos como la gasificacion o arco de plasma no han demostrado hasta la fecha ser opciones viables para los residuos sólidos urbanos desde el punto de vista ambiental, técnico y económico. 

En mayo de 2001, Argentina firmó junto a otros 90 países el Convenio de Estocolmo, un acuerdo internacional para eliminar del planeta las cancerígenas dioxinas, compuestos muy tóxicos que son especialmente emitidos por los incineradores de residuos. 

Para combatir la instalación de incineradores de residuos en Argentina se formó la Coalicion ciudadana anti incendios que reúne a organizaciones y ciudadanos preocupados por los impactos ambientales y sanitarios de estas tecnologías y forma parte de la Alianza Global por Alternativas a la Incineración (GAIA). En estos últimos 15 años consiguieron el cierre de numerosas instalaciones destinadas a estos procesos.

Por otro lado, el artículo 7 de la Ley de la basura cero de la Ciudad de Buenos Aires sancionada en 2005, prohíbe la incineración de residuos sólidos urbanos de la ciudad dentro de su jurisdicción o fuera de ella. Link Ley 

Todas las formas de incineración suponen un riesgo para la salud y el medio ambiente, aunque se inviertan cada vez mayores sumas de dinero para mejorar las tecnologías. La búsqueda de soluciones “mágicas” para el tratamiento de residuos sólo desvía recursos que podrían destinarse a sistemas de gestión de RSU seguros desde el punto de vista ambiental, social y económico. 

NO a los rellenos sanitarios

Cuando se habla de relleno sanitario, se hace referencia a un sitio de disposición final de residuos. Los mecanismos de ingeniería de los rellenos sanitarios pretenden reducir los impactos negativos de los residuos en el medio ambiente.

Un relleno sanitario está compuesto básicamente por una depresión en el terreno, cubierta por una membrana inferior, un sistema de recolección de líquidos lixiviados, un sistema de recolección de gases, y ocasionalmente, una cobertura. No necesariamente todos estos elementos están presentes en todos los rellenos sanitarios.
La infografía a continuación explica los distintos componentes de un relleno sanitario y cómo pueden fallar:
Al depositarse los residuos en los rellenos, éstos comienzan a descomponerse mediante una serie de procesos químicos complejos. Los productos principales de la descomposición son los líquidos lixiviados y los gases. Tanto los líquidos como los gases pueden afectar la salud de las poblaciones de los alrededores. 

Los líquidos lixiviados se forman mediante el percolado de líquidos (como por ejemplo, agua de lluvia) a través de sustancias en proceso de descomposición. El líquido, al fluir, disuelve algunas sustancias y arrastra partículas con otros compuestos químicos. Los ácidos orgánicos formados en ciertas etapas de la descomposición contenidos en el lixiviado (como ácido acético, láctico o fórmico) disuelven los metales contenidos en los residuos, transportándolos con el lixiviado (Friends of the Earth, 1996). 

La producción de metano se debe a la actuación de microorganismos como bacterias, que mediante procesos biológicos degradan los residuos, emitiendo éste y otros gases, y liberando otras sustancias químicas. El metano (CH4) es uno de los 6 gases de efecto invernadero regulados por el Protocolo de Kyoto. Este gas atrapa 20 veces más el calor que el dióxido de carbono (CO2), considerado el principal GEI. 

Los que construyen los rellenos sanitarios alegan que una vez abandonado un relleno sanitario, y cubriéndose el mismo con un cobertor, la ausencia de oxígeno o agua impediría la posterior degradación de los residuos. Sin embargo, cualquier rotura o desgaste de la membrana de cubrimiento, transformaría a los líquidos lixiviados y los gases en peligrosos para las comunidades vecinas.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Efectos de la radioactividad

Los efectos de la radiactividad sobre la 

salud humana y los ecosistemas.


La actividad relacionada con la energía nuclear, incluso en ausencia de accidentes, ha provocado una gran concentración de productos radiactivos, lo que tiene graves consecuencias sobre la salud humana y el resto de seres vivos. Los principales daños a la salud se materializan por la capacidad de las sustancias radiactivas, especialmente cuando las ingerimos, de alterar el ADN de nuestras células, haciéndolas proclives al cáncer.
Existe un fondo de radiactividad natural en el medio ambiente que está contenido en la corteza terrestre o que ha sido generado a partir de la interacción de los rayos cósmicos con la atmósfera y la superficie. Estos elementos radiactivos se distribuyen de manera heterogénea por la geografía de nuestro planeta, y a pesar de que existan de forma originaria en la biosfera, no son inocuos. La población que habita en una zona de alta radiactividad tiende a sufrir más rupturas cromosómicas (rotura de la cadena de ADN contenido en el cromosoma que puede causar cáncer, entre otras afecciones) que la gente que vive en zonas de baja radiactividad. Pero estos problemas se multiplican cuando entra en juego el nuevo cupo de elementos radiactivos resultantes de la actividad humana.
El nivel de exposición de la especie humana –la más radiosensible al situarse entre las especies más recientes en la evolución y que, por tanto, se desarrollaron con un fondo radiactivo menor– a estas radiaciones, ha ido aumentando a partir de que entra en funcionamiento, en 1942, el primer reactor nuclear ideado por Enrico Fermi.
Con los reactores llega la fisión del uranio-235 –con una vida media de 713 millones de años– produciendo una serie de elementos radiactivos (también denominados radionucleidos o radioisótopos) que van a expandirse por el ambiente y a permanecer activos durante millares de años. La hipoteca a futuro que representa esta contaminación ambiental no sólo impacta negativamente en los alrededores de las centrales sino que afecta a todo el ecosistema global.
En las próximas líneas, se tratará de analizar qué efectos tiene la radiactividad, en cantidades distintas a las naturales, sobre el medio ambiente y, por consiguiente, en la salud humana.
Ecosistemas con mayor radiactividad
El medio terrestre se contamina a través de radionucleidos presentes en el aire, la lluvia, los regadíos, el suelo, etc. procedentes de las fugas de las instalaciones nucleares, los almacenes de residuos o las explosiones de armas atómicas. Los radionucleidos pueden entrar en el ciclo de la materia, incorporándose a los productores primarios de la biomasa –vegetales, hongos, algas, bacterias, etc.–, y a través de ellos pasar a los animales y a los humanos.
Hay muy pocos informes (por lo menos, que hayan salido a la luz) que determinen de manera exacta qué consecuencias acarrea la expansión de nuevos elementos radiactivos en los ecosistemas. No obstante, con la certeza de que es la actividad humana la que ha provocado el aumento de radiactividad en el planeta, lo que sí puede analizarse es el ciclo completo de la energía nuclear, desde que el uranio sale de la mina hasta que se convierte en combustible para el reactor nuclear y luego en residuo. De esta manera, se puede inferir cuál es la responsabilidad del proceso nuclear en la alteración del ecosistema y los daños en la salud humana.
Todo el ciclo nuclear produce contaminación
En primer lugar, la extracción de uranio del subsuelo supone introducir en la biosfera productos radiactivos que permanecían hasta entonces retenidos en la corteza terrestre de forma segura, contribuyendo al envenenamiento radiactivo de los sistemas naturales. Por ejemplo, en 2005 se necesitaron 41.595 toneladas de mineral de uranio, que exigieron remover entre 6 y 7 millones de toneladas de rocas (según los informes del World Uranium Mining). Estas ingentes cantidades de mineral de uranio deben transportarse a las fábricas de minerales concentrados. Allí se obtienen unas 1.000 toneladas de óxido de uranio, generándose en este proceso más de un millón de toneladas de residuos sólidos y líquidos, que contienen el 85% de la radiactividad original del mineral. Estos materiales permanecen abandonados en los alrededores de las fábricas emitiendo radón-222 al aire y lixiviando productos radiactivos a las aguas superficiales y subterráneas durante siglos. Luego pasan a las fábricas de conversión y después a las de enriquecimiento para, más tarde, crear las barras de combustible. En cada una de las fases indicadas se genera una gran cantidad de residuos radiactivos, entre ellos el uranio empobrecido: más de 1.000 toneladas por cada carga de combustible en un reactor, y que la industria nuclear regala (¡a coste cero!) a las fábricas de armamento.
En definitiva, las centrales nucleares son una fábrica de plutonio-239, un elemento extremadamente tóxico (química y radiactivamente) inexistente en la biosfera y de uranio-238 o empobrecido. Este último se utiliza en el recubrimiento de todo tipo de munición que, en el momento del impacto, se convierte en un aerosol inflamable cuando entra en contacto con el oxígeno. Estas partículas micrométricas, que se transportan con el viento y la lluvia a grandes distancias, permanecen en el ambiente durante millares de años emitiendo radiactividad y transformándose, por desintegración, en otros elementos de mayor intensidad radiactiva.
Las centrales nucleares emiten, en funcionamiento normal, al agua y al aire, cantidades nada despreciables de radiactividad. Una central nuclear de 1.000 MW emite 9.500 becquerelios (unidad de medida que equivale a una desintegración nuclear por segundo) por cada kWh generado. Ello significa más de 240 billones de becquerelios por cada año de funcionamiento. Y todo esto en el escenario del funcionamiento cotidiano, sin accidentes de las centrales. En un escenario de desastre nuclear como el de Fukushima se multiplican la radiactividad introducida en la biosfera y también sus efectos.
Por desgracia, los accidentes nucleares son más frecuentes de lo que denotan los titulares de los grandes medios de comunicación. No tan lejano, cabe recordar el otro accidente que se produjo en Japón en 2007, en la isla de Honsu, a 200 kilómetros de Tokio. Un terremoto de intensidad 6,8 en la escala Richter, puso en jaque a la gigantesca planta nuclear de Kashiwazaki-Kariwa, una de las más grandes del mundo. Los informes elaborados en aquellos momentos hablaban de fugas radiactivas, de conductos obsoletos, de tuberías quemadas, aparte de los incendios. Unas doce mil personas tuvieron que ser evacuadas de la ciudad situada al lado de la central.
Marina Forti, una periodista especializada en problemas ecológicos y mediombientales, colaboradora del diario italiano Il Manifesto, hablaba de emisiones a la atmósfera de “pequeñas cantidades” de sustancias radiactivas como cobalto-60, yodo-131 y cromo-51 y más de 1.000 litros de agua radiactiva vertidos al mar, no del litro y medio del que se habló el primer día después del accidente. Lo sucedido no fue una “pequeña fuga” sin consecuencias para el medio ambiente.
Uno de los problemas ecológicos más preocupantes son las fugas de agua radiactiva al mar, de los que Fukushima ahora va a ser un desgraciado banco de pruebas. Estos vertidos tienen graves consecuencias para el ecosistema marino y, por tanto, para la salud humana, ya que son las cadenas alimenticias acuáticas de origen marino las que más fácilmente pueden transferir radionucleidos a los humanos. La contaminación pasa de las algas a los seres humanos, o de las algas a los moluscos y crustáceos, y luego a los humanos. Son cadenas muy cortas y, por lo general, de gran capacidad concentradora. En este sentido, la capacidad de concentración biológica de algunas especies para determinados radionucleidos puede ser también un factor determinante para la contaminación de los niveles tróficos superiores. Por otro lado existen las cadenas acuáticas largas, en las que los radionucleidos se transfieren de plancton a invertebrados, de estos a peces y acaban biomagnificados en las especies marinas predadoras, situadas en lo alto de las cadenas tróficas (atún, pez espada, tiburones, etc.).
Es evidente que, a causa de un desastre nuclear, hay miles de procesos biológicos que resultan alterados. Otro ejemplo, es la contaminación de cultivos que utilizan regadíos de cuencas de agua nuclearizadas. El grado de contaminación depende de la forma de riego y de los radionucleidos implicados; en el caso del cesio-137 o del zinc-65, su absorción por parte de los vegetales y del pasto se refleja rápidamente en la leche y en la carne bovina.
¿Cómo actúa un radionucleido en nuestro organismo?
A través de la energía nuclear y otros procesos tecnológicos, introducimos en la biosfera elementos radiactivos que son muy similares a los que fisiológicamente utiliza nuestro organismo. El estroncio-90, por ejemplo, que es uno de los elementos más importantes de la contaminación provocada por Chernóbil, es un radionucleido que se distribuye en el organismo como el calcio: incorporándose a los huesos. Es decir, los radioisótopos actúan como elementos no radiactivos que existen en la naturaleza y que son necesarios para la vida pero causando diversas afecciones.
Como se ha visto, los radionucleidos se difunden a través del aire, por deposición en el suelo o por el agua, llegando a las comunidades humanas directamente o a través de los alimentos, mediante su incorporación a las cadenas tróficas. La vía digestiva es la principal puerta de entrada de los radionucleidos contaminantes. Los gases y las partículas que ingresan en el organismo por vía respiratoria penetran, más o menos en función de su tamaño, en el árbol respiratorio pudiendo llegar hasta los alvéolos pulmonares. Una vez allí, según su solubilidad, pueden penetrar en el torrente circulatorio o quedarse en el pulmón. Si alcanzan el sistema circulatorio, los radionucleidos se distribuyen por el organismo y se acumulan en diversos órganos según sus características químicas.
Esto es lo que se denomina radiación interna ya que la radiación se emite desde las estructuras biológicas (tejidos, órganos, células) donde el radionucleido está depositado. A la hora de evaluar el impacto sobre la salud humana, es de máxima importancia conocer si la radiación es externa o interna. Por ejemplo, el uranio utilizado en los reactores nucleares se desintegra en partículas alfa –partículas poco penetrantes–, de manera que, cuando la radiación es externa, es decir, la fuente de emisión está situada fuera del organismo, el peligro es relativamente bajo porque no penetra y actúa solo durante el tiempo que se esté cerca o en contacto con dicho material.
En cambio, el uranio presenta un alto riesgo de irradiación interna y toxicidad química cuando la exposición se efectúa por inhalación e ingestión. Cuando un radionucleido se acumula en una célula, al desintegrarse en su interior, prácticamente toda la energía se va a disipar allí. Las consecuencias son: o mata la célula o rompe sus cadenas de ácidos nucleicos. Esta ruptura produce una mutación y esta mutación puede desencadenar, a largo plazo, un cáncer.
La leucemia es el primer tipo de cáncer asociado con la exposición a radiaciones. Aunque también se evidencia un riesgo elevado de padecer cáncer de estómago, colon, hígado, pulmón, mama en las mujeres y tiroides, entre los más frecuentes. El problema reside en que ante un determinado cáncer –un cáncer de tiroides, por ejemplo– no se puede saber si está causado concretamente por la radiactividad o si tiene su origen en otras causas. Se podría llegar a inferir midiendo la radiactividad absorbida, pero como el cáncer aparece unos cinco años después de la exposición, en el caso del tiroides, el iodo radiactivo ya ha desaparecido, con lo que no hay pruebas objetivas de laboratorio para determinarlo. Solo la epidemiología de cohortes expuestas y no expuestas muestra el incremento de tumores debido a la radiación recibida.
Por otra parte, el proceso de desintegración de una partícula radiactiva en nuestro organismo también puede generar un estrés oxidativo en las células. Este estrés se da cuando el agua de la célula se ioniza y origina un proceso oxidativo que modifica todo un conjunto de parámetros, haciendo que el organismo sea mucho más vulnerable a trastornos o infecciones e, incluso, alteraciones neurológicas. Conviene tener presente que al estar incorporado en el organismo, el radionucleido está irradiando continuamente a las células y, por tanto, los daños no se limitan únicamente a las células expuestas directamente sino también a las células y tejidos circundantes.
Invocando el principio de precaución
Considerando el impacto que puede llegar a tener la energía nuclear en la salud y el medio ambiente –aunque los escasos estudios no puedan demostrar la asociación entre riesgo y exposición más que en ciertos casos–, es preciso aplicar el principio de precaución que puede invocarse cuando es urgente intervenir ante un posible peligro para la salud humana, animal, vegetal o biológica, en general.
La energía nuclear es uno de estos casos. Se ha demostrado a lo largo de la historia –y desgraciadamente, siempre a raíz de un desastre nuclear– que la energía nuclear, que iba a ser tan barata, es la forma más cara de producir electricidad cuando se considera su ciclo completo, con sus respectivos efectos sobre el ecosistema global del que dependemos.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Desmonte en salta

La Justicia salteña habilitó a Greenpeace a continuar bloqueando un desmonte


Noticia - 19 septiembre, 2014
Salta - La Jueza de garantías de Tartagal dio lugar a la denuncia de Greenpeace contra el dueño de la finca Cuchuy, Alejandro Braun Peña (1), por el delito de destrucción de Bosques. La medida cautelar (2) habilita a la organización a continuar frenando un desmonte en el Departamento de San Martín, e impide al propietario remover los bloqueadores que evitan que las topadoras sean alimentadas con combustible.
La finca Cuchuy está ubicada en el departamento de San Martín, Salta.
El fallo permite que los ambientalistas permanezcan en la finca garantizando que las topadoras no se pongan en marcha, a pesar de que su propietario denunció a la organización por presunto delito de usurpación de propiedad privada. El propietario había pedido a la jueza que desaloje a los activistas pero la justicia no hizo lugar a su petición.
"La Justica reconoció a Greenpeace como legítimo protector del bosque salteño", dijo Martín Prieto, director ejecutivo de la organización. "Es lamentable que Urtubey esté cuestionando nuestras denuncias, y permitiendo la destrucción del bosque, en lugar de compartir esta tarea".
Los activistas bloquearon el martes pasado los tanques de combustible que utilizan las topadoras y que se encontraban en la finca para frenar el desmonte ilegal (3). Luego de la acción, Prieto radicó la denuncia penal en la Fiscalía de Tartagal y puso las llaves de los bloqueadores a disposición de la Justicia.
Este fallo inédito en la Justicia provincial, dictado por el Juzgado de Garantias nro 1 del Distrito Judicial del Norte, Tartagal, a cargo de la jueza Azucena Vázquez, dispone que, por el momento, los bloqueadores de Greenpeace no pueden ser removidos por el propietario de la finca y que las topadoras no pueden seguir desmontando.